viernes, 6 de febrero de 2009

Fuera de Ruta

Un interesante artículo sobre Lámud publicado el 08 de noviembre del 2008 por Ronaldo Menéndez en la sección El Viajero del diario ElPaís.com de Madrid-España, aquí la parte donde habla de su llegada a Lámud:


Subida a Kuélap con el guía José
Desde una ciudad fortaleza preinca a 3.000 metros de altura hasta las cataratas Ahuashiyaku, en el corazón de la jungla. Una travesía de extremos por la Amazonía peruana.

En Perú, del Andes profundo a la selva amazónica no hay más que un paso para el viajero (seis horas por tierra), pero un enorme salto cultural para la humanidad. Por eso decidí visitar la Amazonía peruana, donde puede abarcarse en un sólo viaje las caras contrarias de una misma moneda: el frío recio de la sierra y el calor tropical de la selva.

Tomando un vuelo desde Lima, nuestra primera escala técnica es en la ciudad costeña de Chiclayo, en el norte. Por sus callejas de polvo y piedras hay mucho ruido de vehículos, pero pocas nueces de interés. No obstante, cuando pisé Chiclayo hace unos meses, la ciudad se estaba engalanando para la inminente visita de Bill Gates, que había hecho una millonaria donación a través de una ONG. ¿Qué se hace en Chiclayo, sobre todo si uno no es Bill Gates? Simplemente, hospedarse en el hotel Gran Sipán, y -esto es un secreto- visitar cuanto antes el humilde restaurante Cebichería Don Beto, único del mundo donde se sirve el alucinante sudado de conchas negras, una especie de guiso inolvidable con el molusco típico de la zona. Luego hay que tomar un autobús hasta la ciudad de Chachapoyas.

Un hostal, un oasis
Sí, Chachapoyas, la capital del departamento de la Amazonía peruana. Entre el tráfico, los soportales con tiendas de artesanía, y el peculiar acento de sus habitantes, hay un oasis. Se llama hostal Casa Vieja, un pequeño hospedaje colonial en toda regla, con ambientes frescos y un hall de amplios sofás donde pueden escucharse melodías raras en radios muy antiguas, y un restaurante rompedietas de toda la vida.

Pero mi consejo es seguir viaje hasta el próximo pueblito, Lamud, serpenteando por una estrecha carretera entre los imponentes cerros de la cordillera andina, hasta que alcanzamos los 2.000 metros sobre el nivel del mar. Lamud es otro mundo: el mercadito tiene frutas que los lugareños siembran en sus patios para autoconsumo, y luego venden el excedente; hay ancianas de rostros antiquísimos como guijarros pulidos por las aguas de un río; las piedras de los Andes que rodean el pueblito parece que van a decir algo; y a las ocho de la noche no queda casi nadie en las calles y pesa el silencio.

Se llama José y no hace falta más. Se le encuentra en la única oficina turística de Lamud, en la plaza, y es el Virgilio que nos guía hasta los paraísos más insospechados. Todo el mundo conoce Machu Picchu, pero a tres horas serpenteando en coche por las cordilleras, no sólo se asciende a 3.000 metros, sino que José nos lleva a la ciudad-fortaleza de Kuélap: piedra sobre piedra en ruinas circulares preincaicas. Enclavada en la severa cuesta de una montaña, por el frente se domina el valle, y a sus espaldas queda un abismo de cerca de mil metros. Sobre sus ruinas uno cree ver la curvatura del planeta. En un sólo día se pueden visitar las cataratas de Gocta, entre las más altas del mundo, y la laguna de Pomacochas. Para llegar a las cataratas hay que salir de madrugada y caminar durante kilómetros entre lianas, sobre el barro, descubriendo fósiles en algún recodo. Es un trayecto profundo y agotador, sus siete kilómetros de regreso son la cereza de un pastel que nos revienta en el rostro acalorado, pero el espectáculo de 700 metros de agua cayendo en medio de una selva inhóspita es una de esas experiencias con las que luego se sueña. La laguna de Pomacochas parece que tiene un centro que está en todas partes, y un perímetro que se traslada al infinito. Y en el centro de la laguna hay una pequeña cabaña flotante que recuerda a la película de Kim Ki-duk La isla.

Para muestra, estos tres botones, pero quedan por visitar las cavernas de Quiocta, con miles de estalactitas como ciudades colgantes; y los sarcófagos de Karajía, incrustados con sus tótems guardianes en el flanco violento de una montaña.

Alejándonos de Lamud, las casas de macizo adobe van cediendo espacio a ligerísimas viviendas de madera sobre altos pilares, como mujeres que desfilan por la pasarela del paisaje: es el primer síntoma de que la selva amazónica se nos viene encima.

(Las imágenes pertenecen a LamudCity.BlogSpot.com)

*El artículo completo donde tambien habla de su travesía por Tarapoto lo puede ver haciendo click aquí.


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