Rastros. El último hallazgo del investigador Klaus Koschmieder: La Sagrada Cueva Corralpampa.
A pesar de sus trascendentes hallazgos –más de 200 sarcófagos- en la Provincia de Luya, departamento de Amazonas, la labor del arqueólogo alemán Klaus Koshmieder ha pasado casi de la cultura Chachapoyas, creadores de Kuélap. SOMOS lo acompañó a la Sagrada Cueva de Corralpampa, con sus notables ceramios, en uno de sus últimos recorridos antes de dejar Luya por falta de financiamiento para continuar sus investigaciones.
El tiempo ya no transcurre. Se detiene en mis intestinos. Parece gotear por mis uñas clavadas en aquella soga que, desafiando la gravedad, me permite descender a los abismos que albergan a la cueva Corralpampa, que era casi un templo para los Chachapoyas. Un paso en falso desprende una piedra y pasan varios segundos antes de escucharla golpear y rodar por los afilados riscos que encañonan al río Utcubamba. Nosotros teníamos que seguir el mismo camino de ese peñasco. El deshabitado cielo azul había perdido su encanto. Nadie dijo que tener una cita con la historia fuera algo sencillo.
Tampoco fue nada sencillo para el arqueólogo alemán Klaus Koschmieder(50), quien desde que se instaló en Lámud, bucólico pueblecillo en la Provincia de Luya, hizo un intensotrabajo de campo, que él denomina prospección, en una de las zonas más abruptas del país. “Normalmente caminamos todos los días desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, por bosques acantilados que daban miedo. Una vez caí diez metros pero felizmente me detuvo una roca y solo tuve heridas sangrantes en brazos y piernas”, cuenta. Sin embargo no todos corrieron con la misma suerte: una alemana de la Universidad de Berlín recibió 400 picaduras de abejas y estuvo internada cuatro días en el hospital de Chachapoyas. Otro problema fueron las pulgas y garrapatas que abundan en cuevas y chullpas. Más de uno fue torturado por estos bichos, hasta que optaron por fumigar los sitios funerarios antes de estudiarlos. Eso sin mencionar las plantas venenosas, los deslizamientos de rocas, tarántulas y lluvias torrenciales. Empero, e sacrificio tuvo frutos. Excepcionales, a decir verdad. Y fue lo que terminó por seducir a Klaus en su vieja relación que tiene con el Perú.
TRABAJO DE CAMPO
Klaus ha trabajado en sitios arqueológicos prehispánicos desde 1988. En Vicús, Huaca Santa Cruz, Sipán, Túcume y en Batán Grande nada menos que al lado del prestigioso Izumi Shimada. Una labor de prospección en el valle de CAsma le valió su tesis de maestría. Luego dirigió un proyectoen Puerto Pobre, sitio Chimú, en Casma, con el que obtuvo su doctorado. Posteriormente elaboró mapas de geoglifos y cuidaddes nascas. El 2005 recibió una beca de la Comunidad Alemana de Investigaciones, con sede en Bonn, para trabajar en la Provincia de Luya. Klaus incorporó a estudiantes peruanos(es inconcebible que en la Universidad de Chachapoyas no haya facultad de Arqueología) en sus prospecciones, los cuales se quedaban entre tres y cuatro meses. El teutón quedó gratamente sorpendido por la capacidad de los profesionales nacionales: “En el Perú el nivel es muy alto comparando con otros países en los que yo he trabajado en Centroamérica, ahí están en pañales. En cambio las tesis de licenciatura de la Católica o de San Marcos son muy buenas. Acá los estudiantes aprenden mucho en el campo, hay mucho proyectos donde se pueden desarrollar”, sostiene Klaus.
MONTES SALVAJES
Al partir de Chachapoyas por la mañana –con esa mágica frescura de esta ciudad a esa hora no se nos había pasado por la cabeza que estábamos por embarcarnos en una larga y peliaguda caminata por senderos inverosímiles. Me acompañaba el fotógrafo Michell León, quien después me confesó que había sido la caminata más brava de toda su vida. En Lámud, a una hora de Chachapoyas, nos juntamos todo el grupo que iba a la cueva de Corralpampa en una visita, digamos, oficial (Manuel Malaver, del INC de Chachapoyas, era parte de la comitiva para constatar el material que se iba a extraer de este sitio arqueológico, y también su estado de conservación). Para poder trasladar las piezas de cerámica, Klaus contaba con dos fieles escuderos: Juan Gúpioc y Claimer Fernández, quienes treparon el valioso cargamento por 700 metros montaña arriba y lo depositaron intacto en la cumbre. Pero me estoy adelantando en el relato. Porque el calvario que estábamos por soportar no lo intuimos cuando, luego de un café con humitas, abandonamos Làmud, en medio de bromas, rumbo a Juanita Pampa, donde el carro no llegó al sitio convenido pues patinaba y sufría con el barro. Pues bien, desde allí parte un sendero bien delineado que desciende mientras se disfuerza entre matorrales, teniendo al frente un panorama inmejorable: colosales cataratas adornando los verdes montes que flanquean al río Utcubamba, entre ellas la espectacular caída de Gocta. De pronto llegamos a un terreno plano, una planicie idílica erizada por altas hierbas y con un recinto circular erigido por los chchapoyas, además de una piedra litúrgica, de aquellas con cavidades para albergar agua y retratar a los astros. Pero el idilio acabó pronto. No solo desapareció todo indicio de sendero, sino que para llegar a Corralpampa debíamos descolgarnos con ayuda de una soga para sortear barrancos casi verticales y luego arrastrarnos por una senda infernal de 80 grados de inclinación e infestada de espinas, pencas, mosquitos y peñascos resbalosos. Todos quedamos magullados por un piedrón en las costillas, labios rotos e inevitable sangrado de brazos, antes de divisar la cueva, que era apenas una cicatriz, casi una mueca, en medio de ese monte salvaje.
TESIS NOVEDOSAS
Durante su estadía en Lámud, Klaus dedicó dos años y medio a la prospección, es decir, rastrear el accidentado terreno para buscar cualquier tipo de evidencia arqueológica. Klaus define así su proyecto: “Los resultados son muy interesantes. Tenemos casi 300 sitios registrados hasta el momento, entre arte rupestre, terrazas, caminos prehispánicos, asentamientos con casas circulares, y una gran variedad de sitios funerarios (cuevas abrigos rocosos, chullpas y sarcófagos)”. Empero, son los sarcófagos hallados los que llaman más la atención. Tanto por el número (250 en total), la mayoría desconocidos, como por su majestuosidad, reflejada en el exquisito arte que manifiesta estas esculturas funerarias ubicadas en sitios sobrecogedores. A pesar de la particular eran “una forma común de enterrar a la gente, no algo muy espectacular como pensaba Kauffmann Doig. Los únicos que son realmente de gente de alto rango son los de Karajía, porque son muy grandes e impresionantes; pero la mayoría de sarcófagos de forma antropomorfa son más sencillos y tienen los restos de hombres, mujeres, niños y hasta de animales. Era una forma común de enterrar a la gente, nada de alto rango. Eso sí, los chachapoyas visitaban a sus antepasados, porque los sitios con sarcófagos fueron remodelados. Les llevaban ofrendas y las plataformas donde colocaron los sarcófagos los ampliaban constantemente. Significa que cada cierto tiempo se visitaba los sitios y se enterraba de nuevo a sus antepasados”, concluye el arqueólogo alemán. Ingresamos a la cueva, más bien pequeña, contentos de huir del sol abrasador del mediodía. Casi no se podía estar de pie. Y había que cuidarse de las numerosas estalactitas. Y del agua que se filtraba del techo. Sin embargo, los cerámicos, distribuidos en diferentes lugares, permanecieron milagrosamente ilesos.
GUERREROS DEGOLLADOS
Tuvimos que rampear para avistar los cuencos, las asas y los dibujos en las piezas de alfarería que los Chachapoyas colocaron allí. Eran una veintena de ceramios del estilo Tosán y que fueron elaborados, aproximadamente, entre 1,200 y 1,500 d.C. Según Klaus “la mayoría de los cuencos pintados tienen base anular o tres patas (trípode), y también hay cántaros y cerámicos de miniatura con aplicaciones. No se encontraron restos óseos de humanos, solo huesod de venados. Y en la parte alta de la cueva habían ofrendas de maíz y frijoles, lo que refuerza su carácter sagrado”. Precisamente, lo que más impresionó a Klaus de la obra de los chachapoyas fueron la cuevas y especialmente los abrigos rocosos, donde, a diferencia de las cuevas, la luz ingresa hasta el fondo. Ahí enterraron a gente de alto rango, como guerreros y caciques, lo que queda bastante claro por la cantidad de ofrendas. “Tenemos evidencias de hasta tres entierros de guerreros que mostraban bastantes fracturas, especialmente en la cabeza, incluso trepanaciones craneanas. En cuanto a los entierros de guerreros, hay una directa relación entre estos y las pinturas rupestres, donde figuran las cabezas trofeos. Esto es obvio. Encima de las tumbas siempre hay estas representaciones. Por ejemplo, un hombre que lleva un cuchillo y una cabeza degollada en la otra mano”, argumenta Klaus.
RETORNO ANHELADO
Regresar a Juanita Pampa, el punto de partida, donde el carro nos esperó más de ocho horas, sobre todo a los más afectados, fue un acto heroico. Ya no éramos humanos sino gusanos con la cabeza pegada a la tierra, intentando trepar, aferrándonos a plantas y troncos no del todo confiables. La montaña se empeñaba en arrojarnos al abismo formado por el Utcubamba, como si quisiera que dejáramos un sacrificio humano en contraparte al secreto que habían compartido con nosotros. Sin exagerar, esta experiencia radical deja al promocionado Eco-Challenge como un paseo de ciclistas para personas de la tercera edad. Nuestro fastidio por el tortuoso sendero solo apto para animales silvestres se apaciguó cuando arribamos a la pampa que conecta con un camino peatonal en buen estado. Las caras de aprensión habían desaparecido, y las sonrisas y el relajo se apoderaron de nosotros. Claro, hasta que Klaus gritó ¡abejas! ¡corran!. Se acabo el recreo. Corrimos como pirañitas, pues teníamos presente lo que le sucedió a la alemana, que salvó su vida de milagro. Quedaban todavía dos horas de ardua subida para llegar al vehículo que nos esperaba para llevarnos a Lámud. Todos nuestros compañeros de aventura nos dejaron atrás. Yo estaba hecho leña y andaba lento pero sin parar. Michell la pasaba peor, estaba acalambrado y al borde del colapso. Nos echamos en el suelo, con piedras como almohadas. Ya en Lámud caímos en una pollería y no dejamos ningún huesito entero.
El financiamiento para Klaus culminó en febrero de este año. Pero se ha quedado para terminar sus obligaciones con el INC: informes, inventarios, fichas de prospección, además de entregar el material histórico hallado, como los ceramios de Corralpampa. También tiene que elevar un informe a la entidad que financió el proyecto, la Comunidad Alemana de Investigaciones.
Klaus considera que los diferentes arqueólogos que estudian a los Chachapoyas en diversos proyectos deberían tener más comunicación entre ellos. “El proyecto Kuélap, por ejemplo, hace trabajo de campo pero no tenemos ninguna comunicación con ellos”, acota Klaus, quien quiere concluir sus investigaciones en Lámud, pero el financiamiento de Alemania ya finiquitó, y los alemanes casi no brindan becas a personas con 50 años como Klaus. Por lo pronto está buscando apoyo en otros lados. No sería mala idea que el Estado Peruano , a medias con una institución extranjera, solvente esta iniciativa que ha dado tan buenos resultados en poco tiempo y con un presupuesto mínimo.
Fuente: Revista SOMOS Nº1229, del día Sábado 26 de Junio 2010, de El Comercio.
LamudCity le recuerda que si desea ver fotos/articulos anteriores los puede encontrar en 'ARCHIVOS', que está ubicado al lado derecho. Y si dejan un comentario ó consulta pongan sus Nombres y Apellidos. Muchas gracias.
A pesar de sus trascendentes hallazgos –más de 200 sarcófagos- en la Provincia de Luya, departamento de Amazonas, la labor del arqueólogo alemán Klaus Koshmieder ha pasado casi de la cultura Chachapoyas, creadores de Kuélap. SOMOS lo acompañó a la Sagrada Cueva de Corralpampa, con sus notables ceramios, en uno de sus últimos recorridos antes de dejar Luya por falta de financiamiento para continuar sus investigaciones.
El tiempo ya no transcurre. Se detiene en mis intestinos. Parece gotear por mis uñas clavadas en aquella soga que, desafiando la gravedad, me permite descender a los abismos que albergan a la cueva Corralpampa, que era casi un templo para los Chachapoyas. Un paso en falso desprende una piedra y pasan varios segundos antes de escucharla golpear y rodar por los afilados riscos que encañonan al río Utcubamba. Nosotros teníamos que seguir el mismo camino de ese peñasco. El deshabitado cielo azul había perdido su encanto. Nadie dijo que tener una cita con la historia fuera algo sencillo.
Tampoco fue nada sencillo para el arqueólogo alemán Klaus Koschmieder(50), quien desde que se instaló en Lámud, bucólico pueblecillo en la Provincia de Luya, hizo un intensotrabajo de campo, que él denomina prospección, en una de las zonas más abruptas del país. “Normalmente caminamos todos los días desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, por bosques acantilados que daban miedo. Una vez caí diez metros pero felizmente me detuvo una roca y solo tuve heridas sangrantes en brazos y piernas”, cuenta. Sin embargo no todos corrieron con la misma suerte: una alemana de la Universidad de Berlín recibió 400 picaduras de abejas y estuvo internada cuatro días en el hospital de Chachapoyas. Otro problema fueron las pulgas y garrapatas que abundan en cuevas y chullpas. Más de uno fue torturado por estos bichos, hasta que optaron por fumigar los sitios funerarios antes de estudiarlos. Eso sin mencionar las plantas venenosas, los deslizamientos de rocas, tarántulas y lluvias torrenciales. Empero, e sacrificio tuvo frutos. Excepcionales, a decir verdad. Y fue lo que terminó por seducir a Klaus en su vieja relación que tiene con el Perú.
TRABAJO DE CAMPO
Klaus ha trabajado en sitios arqueológicos prehispánicos desde 1988. En Vicús, Huaca Santa Cruz, Sipán, Túcume y en Batán Grande nada menos que al lado del prestigioso Izumi Shimada. Una labor de prospección en el valle de CAsma le valió su tesis de maestría. Luego dirigió un proyectoen Puerto Pobre, sitio Chimú, en Casma, con el que obtuvo su doctorado. Posteriormente elaboró mapas de geoglifos y cuidaddes nascas. El 2005 recibió una beca de la Comunidad Alemana de Investigaciones, con sede en Bonn, para trabajar en la Provincia de Luya. Klaus incorporó a estudiantes peruanos(es inconcebible que en la Universidad de Chachapoyas no haya facultad de Arqueología) en sus prospecciones, los cuales se quedaban entre tres y cuatro meses. El teutón quedó gratamente sorpendido por la capacidad de los profesionales nacionales: “En el Perú el nivel es muy alto comparando con otros países en los que yo he trabajado en Centroamérica, ahí están en pañales. En cambio las tesis de licenciatura de la Católica o de San Marcos son muy buenas. Acá los estudiantes aprenden mucho en el campo, hay mucho proyectos donde se pueden desarrollar”, sostiene Klaus.
MONTES SALVAJES
Al partir de Chachapoyas por la mañana –con esa mágica frescura de esta ciudad a esa hora no se nos había pasado por la cabeza que estábamos por embarcarnos en una larga y peliaguda caminata por senderos inverosímiles. Me acompañaba el fotógrafo Michell León, quien después me confesó que había sido la caminata más brava de toda su vida. En Lámud, a una hora de Chachapoyas, nos juntamos todo el grupo que iba a la cueva de Corralpampa en una visita, digamos, oficial (Manuel Malaver, del INC de Chachapoyas, era parte de la comitiva para constatar el material que se iba a extraer de este sitio arqueológico, y también su estado de conservación). Para poder trasladar las piezas de cerámica, Klaus contaba con dos fieles escuderos: Juan Gúpioc y Claimer Fernández, quienes treparon el valioso cargamento por 700 metros montaña arriba y lo depositaron intacto en la cumbre. Pero me estoy adelantando en el relato. Porque el calvario que estábamos por soportar no lo intuimos cuando, luego de un café con humitas, abandonamos Làmud, en medio de bromas, rumbo a Juanita Pampa, donde el carro no llegó al sitio convenido pues patinaba y sufría con el barro. Pues bien, desde allí parte un sendero bien delineado que desciende mientras se disfuerza entre matorrales, teniendo al frente un panorama inmejorable: colosales cataratas adornando los verdes montes que flanquean al río Utcubamba, entre ellas la espectacular caída de Gocta. De pronto llegamos a un terreno plano, una planicie idílica erizada por altas hierbas y con un recinto circular erigido por los chchapoyas, además de una piedra litúrgica, de aquellas con cavidades para albergar agua y retratar a los astros. Pero el idilio acabó pronto. No solo desapareció todo indicio de sendero, sino que para llegar a Corralpampa debíamos descolgarnos con ayuda de una soga para sortear barrancos casi verticales y luego arrastrarnos por una senda infernal de 80 grados de inclinación e infestada de espinas, pencas, mosquitos y peñascos resbalosos. Todos quedamos magullados por un piedrón en las costillas, labios rotos e inevitable sangrado de brazos, antes de divisar la cueva, que era apenas una cicatriz, casi una mueca, en medio de ese monte salvaje.
TESIS NOVEDOSAS
Durante su estadía en Lámud, Klaus dedicó dos años y medio a la prospección, es decir, rastrear el accidentado terreno para buscar cualquier tipo de evidencia arqueológica. Klaus define así su proyecto: “Los resultados son muy interesantes. Tenemos casi 300 sitios registrados hasta el momento, entre arte rupestre, terrazas, caminos prehispánicos, asentamientos con casas circulares, y una gran variedad de sitios funerarios (cuevas abrigos rocosos, chullpas y sarcófagos)”. Empero, son los sarcófagos hallados los que llaman más la atención. Tanto por el número (250 en total), la mayoría desconocidos, como por su majestuosidad, reflejada en el exquisito arte que manifiesta estas esculturas funerarias ubicadas en sitios sobrecogedores. A pesar de la particular eran “una forma común de enterrar a la gente, no algo muy espectacular como pensaba Kauffmann Doig. Los únicos que son realmente de gente de alto rango son los de Karajía, porque son muy grandes e impresionantes; pero la mayoría de sarcófagos de forma antropomorfa son más sencillos y tienen los restos de hombres, mujeres, niños y hasta de animales. Era una forma común de enterrar a la gente, nada de alto rango. Eso sí, los chachapoyas visitaban a sus antepasados, porque los sitios con sarcófagos fueron remodelados. Les llevaban ofrendas y las plataformas donde colocaron los sarcófagos los ampliaban constantemente. Significa que cada cierto tiempo se visitaba los sitios y se enterraba de nuevo a sus antepasados”, concluye el arqueólogo alemán. Ingresamos a la cueva, más bien pequeña, contentos de huir del sol abrasador del mediodía. Casi no se podía estar de pie. Y había que cuidarse de las numerosas estalactitas. Y del agua que se filtraba del techo. Sin embargo, los cerámicos, distribuidos en diferentes lugares, permanecieron milagrosamente ilesos.
GUERREROS DEGOLLADOS
Tuvimos que rampear para avistar los cuencos, las asas y los dibujos en las piezas de alfarería que los Chachapoyas colocaron allí. Eran una veintena de ceramios del estilo Tosán y que fueron elaborados, aproximadamente, entre 1,200 y 1,500 d.C. Según Klaus “la mayoría de los cuencos pintados tienen base anular o tres patas (trípode), y también hay cántaros y cerámicos de miniatura con aplicaciones. No se encontraron restos óseos de humanos, solo huesod de venados. Y en la parte alta de la cueva habían ofrendas de maíz y frijoles, lo que refuerza su carácter sagrado”. Precisamente, lo que más impresionó a Klaus de la obra de los chachapoyas fueron la cuevas y especialmente los abrigos rocosos, donde, a diferencia de las cuevas, la luz ingresa hasta el fondo. Ahí enterraron a gente de alto rango, como guerreros y caciques, lo que queda bastante claro por la cantidad de ofrendas. “Tenemos evidencias de hasta tres entierros de guerreros que mostraban bastantes fracturas, especialmente en la cabeza, incluso trepanaciones craneanas. En cuanto a los entierros de guerreros, hay una directa relación entre estos y las pinturas rupestres, donde figuran las cabezas trofeos. Esto es obvio. Encima de las tumbas siempre hay estas representaciones. Por ejemplo, un hombre que lleva un cuchillo y una cabeza degollada en la otra mano”, argumenta Klaus.
RETORNO ANHELADO
Regresar a Juanita Pampa, el punto de partida, donde el carro nos esperó más de ocho horas, sobre todo a los más afectados, fue un acto heroico. Ya no éramos humanos sino gusanos con la cabeza pegada a la tierra, intentando trepar, aferrándonos a plantas y troncos no del todo confiables. La montaña se empeñaba en arrojarnos al abismo formado por el Utcubamba, como si quisiera que dejáramos un sacrificio humano en contraparte al secreto que habían compartido con nosotros. Sin exagerar, esta experiencia radical deja al promocionado Eco-Challenge como un paseo de ciclistas para personas de la tercera edad. Nuestro fastidio por el tortuoso sendero solo apto para animales silvestres se apaciguó cuando arribamos a la pampa que conecta con un camino peatonal en buen estado. Las caras de aprensión habían desaparecido, y las sonrisas y el relajo se apoderaron de nosotros. Claro, hasta que Klaus gritó ¡abejas! ¡corran!. Se acabo el recreo. Corrimos como pirañitas, pues teníamos presente lo que le sucedió a la alemana, que salvó su vida de milagro. Quedaban todavía dos horas de ardua subida para llegar al vehículo que nos esperaba para llevarnos a Lámud. Todos nuestros compañeros de aventura nos dejaron atrás. Yo estaba hecho leña y andaba lento pero sin parar. Michell la pasaba peor, estaba acalambrado y al borde del colapso. Nos echamos en el suelo, con piedras como almohadas. Ya en Lámud caímos en una pollería y no dejamos ningún huesito entero.
El financiamiento para Klaus culminó en febrero de este año. Pero se ha quedado para terminar sus obligaciones con el INC: informes, inventarios, fichas de prospección, además de entregar el material histórico hallado, como los ceramios de Corralpampa. También tiene que elevar un informe a la entidad que financió el proyecto, la Comunidad Alemana de Investigaciones.
Klaus considera que los diferentes arqueólogos que estudian a los Chachapoyas en diversos proyectos deberían tener más comunicación entre ellos. “El proyecto Kuélap, por ejemplo, hace trabajo de campo pero no tenemos ninguna comunicación con ellos”, acota Klaus, quien quiere concluir sus investigaciones en Lámud, pero el financiamiento de Alemania ya finiquitó, y los alemanes casi no brindan becas a personas con 50 años como Klaus. Por lo pronto está buscando apoyo en otros lados. No sería mala idea que el Estado Peruano , a medias con una institución extranjera, solvente esta iniciativa que ha dado tan buenos resultados en poco tiempo y con un presupuesto mínimo.
Fuente: Revista SOMOS Nº1229, del día Sábado 26 de Junio 2010, de El Comercio.
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